miércoles, 30 de diciembre de 2015

Mapas

Recientemente tuve que viajar por motivos laborales a Colombia. Hasta unas pocas décadas la única forma de hacer esto era en barco, un desplazamiento incómodo que requería semanas de tiempo. Hoy en día todo es más sencillo: un avión recorre los 8.000 km que separan Madrid y Bogotá en 10 horas y 30 minutos. Esa distancia equivale a la quinta parte de la longitud del meridiano terrestre y se recorre sin escalas, lo que no está nada mal.

Hay dos clases de personas: los que prefieren viajar en pasillo y los que prefieren la ventanilla. Desde que volé por primera vez, en el año 2001 (posiblemente en un trayecto Madrid – Barcelona) he procurado hacerlo siempre junto a la ventana, algo que también intento cuando el desplazamiento es en tren. A pesar de las incomodidades asociadas a la limitación de espacio para las piernas y el hecho de que levantarse implica molestar al compañero de fila, no quiero renunciar al deleite de ver cambiar el paisaje, especialmente si es desconocido para mí. En el caso de los viajes en avión, el atractivo es todavía mayor ya que el cambio de escala de ver las cosas sobre el terreno a hacerlo desde 10.000 m de altura proporciona una nueva perspectiva muy necesaria, especialmente en lo referente a grandes estructuras geológicas. Este tipo de rasgos de la superficie terrestre, de hecho, son muy difíciles o casi imposibles de apreciar adecuadamente cuando uno se desplaza a pie.

Sin embargo, por más voluntad que uno ponga, siempre se está condicionado por un último factor: la franja horaria en que se realiza el viaje y la disponibilidad de luz diurna. Si bien es cierto que ver una gran ciudad iluminada tiene su propio atractivo, las rocas son las rocas y, en general, no son autoluminiscentes. Pero también en esto tuve suerte, ya que realicé todo el vuelo de ida durante el día, un día muy largo para el gusto de mis ciclos circadianos.

Al subir al avión comprobé cuánto han cambiado las cosas desde mi anterior vuelo transatlántico en el año 2009 (en aquel entonces a Brasil): ahora disponía de una pantalla en mi asiento con todo un surtido de entretenimiento multimedia. Pero lo mejor, sin duda, es esto:

Itinerario vuelo
Nuestra ruta: 8.039 km hasta destino
¡Cuánto han cambiado las cosas desde los tiempos en que la cartografía era una combinación de tecnología y arte! Ahora es posible, no sólo cruzar medio mundo en unas horas, sino que cualquier pasajero puede ver desde su asiento exactamente en qué lugar se encuentra. Es imposible no sentir una punzada de nostalgia al pensar en aquellos tiempos en los que un viaje como éste suponía asomarse al fin del mundo conocido. En casa tengo colgado este mapa del mundo conocido en el año 1529 realizado por Diego Ribeiro, cosmógrafo de su Majestad (una reproducción, en realidad). Al igual que el anterior, representa el producto de toda la tecnología de la época en que fue realizado. Es tan impresionante por lo que muestra como por los espacios en blanco que representan los límites de la tierra conocida.

Mapa 1529 Diego Ribeiro
Mapa de Diego Ribeiro, cosmógrafo de su Majestad, realizado en el año 1529. Aparecen marcados los límites del reparto del mundo entre Portugal y Castilla fijados en el Tratado de Tordesillas. Reproducción comprada en el Museo da Marinha de Lisboa
El caso es que esa pantalla resolvió uno de los principales problemas para el observador de paisajes desconocidos desde el aire: ¿dónde estoy y qué es eso que estoy viendo? En este caso constituiría una guía excelente para un viaje transoceánico sobre varias de las costuras de la Tierra. Despeguemos.

Guadarrama
La sierra de Guadarrama vista al poco de despegar de Barajas
Tras el despegue el avión puso rumbo hacia el oeste. Los primeros minutos recorremos la península ibérica mientras nos aproximamos al océano y al margen continental pasivo de Eurasia. La representación cartográfica de la Tierra en 1529 nos puede parecer antigua, pero no deja de ser una aproximación a una geografía muy conocida, la de la disposición actual de los continentes. No obstante, es todavía más impactante pensar que la línea de costa que tenemos debajo de nosotros es, en realidad, el resultado del proceso de apertura del Atlántico norte. Estos acontecimientos se iniciaron hace más de 150 millones de años con la ruptura de Pangea durante el Jurásico. En aquel entonces habríamos sobrevolado un paisaje similar al del valle del Rift del este a África, un lugar por el que se está rompiendo África en la actualidad y donde en un tiempo geológicamente breve se formará un nuevo océano.

Margen pasivo Portugal
El margen continental pasivo de Eurasia: la costa atlántica de Portugal
Hoy también disponemos de mapas de aquel tiempo, reconstrucciones paleogeográficas de un mundo muy distinto al que dibujó Diego Ribeiro. ¡En aquel entonces el viaje habría sido mucho más corto!

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Reconstrucción paleogeográfica del mundo en el Jurásico medio. Entre las posiciones del macizo ibérico (círculo de la derecha) y de la futura posición de Bogotá (círculo de la izquierda) se extiende el protoatlántico. Fuente: 
A partir de este punto sobrevolamos el Atlántico y es interesante recordar que el fondo del océano que estamos atravesando se formó a partir de aquel momento inicial de ruptura de Pangea, y las partes más antiguas son justamente las que se encuentran en las orillas, junto a las plataformas continentales. El reconocimiento de que el fondo oceánico tiene una edad variable que se incrementa continuamente desde el centro del mismo hacia las orillas es un descubrimiento que se encuentra en el origen mismo de la tectónica de placas y confirmó la famosa hipótesis de Vine-Mathews – Morley: la expansión del fondo oceánico (seafloor spreading), publicada en 1962.

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Mapa del fondo oceánico. El código de colores indica la edad: rojo, más moderno. Azul, más antiguo. Las áreas más antiguas de la corteza oceánica del Atlántico se hallan jnto a las costas norteafricanas y la costa este de EE.UU. Fuente: "Earth seafloor crust age 1996 - 2". Licensed under Public Domain via Commons
Y es que la corteza de la Tierra está dividida en placas, como piezas de un puzzle tridimensional. Esas placas pueden contener tanto corteza oceánica como continental, o ambas simultáneamente, y se mueven relativamente entre sí. Ya hemos visto que la corteza oceánica es tanto más antigua cuanto más nos alejamos del centro hacia las costas. ¿Qué quiere decir eso? Pues volviendo a la hipótesis de Vine – Matthews – Morley, que en el centro del océano se está creando continuamente nueva corteza oceánica, y es este fenómeno el que hace que el Atlántico crezca, empujando desde el centro hacia los lados. Este es uno de los tipos de contactos posibles entre placas. Pero si se crea continuamente corteza, ¿por qué la Tierra no se hincha como un globo? Pues porque existen contactos entre placa en los que la vieja corteza oceánica se hunde bajo la corteza de otra placa, levantando una cordillera (como en los Andes) o un arco de islas (como el sudeste asiático). En otros casos, una placa choca contra otra de forma frontal, levantando cordilleras como el Himalaya. Por último, en algunos contactos dos placas pasan una junto a otra, provocando grandes terremotos de tanto en tanto (como en la famosa falla de San Andrés en California). Todo este proceso de creación y destrucción de corteza se conoce como cliclo de Wilson, y de nuevo constituye uno de los pilares sobre los que se edificó el paradigma de la tectónica de placas tras ser enunciado por Tuzo Wilson en 1966. En mi viaje hacia Colombia tuve oportunidad de sobrevolar varias placas y atravesar varios de estos contactos: la placa europea, la placa africana (al pasar cerca del punto triple próximo a las islas Azores), la placa norteamericana, la placa del Caribe y, finalmente, la placa sudamericana.

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Mapa que muestra las placas tectónicas mayores en que se divide la corteza terrestre. Fuente: USGS - Versión en español Daroca90 via Wikimedia Commons [CC BY-SA 3.0]
Así pues, mientras volamos hacia el oeste nos encontramos sobre un océano cada vez más joven, a razón de un año por cada 2,5 cm recorridos, o 1.000 años por cada 2,5 m, o 1 millón de años más joven por cada 2,5 km. Y es que 2,5 cm/año es la velocidad media a la que se está creando nueva corteza en la dorsal centroatlántica. Las dorsales son una serie de cordilleras que recorren todos los océanos de la Tierra. En realidad, la cadena montañosa más extensa de la Tierra, con cerca de 65.000 km de longitud. Nuevamente, su descubrimiento forma parte de ese conjunto de hallazgos que condujeron, una vez atados los cabos, al establecimiento del nuevo paradigma de la geología moderna. Durante años y a lo largo de multitud de expediciones oceanográficas (y también gracias al uso que Harry Hess dio al sonar de detección de submarinos enemigos del buque que comandaba durante la segunda guerra mundial) se recogió la información suficiente para que Mary Tharp y Bruce Heezen publicasen en 1959 el primer mapa del fondo oceánico.

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El famoso mapa del fondo oceánico publicado en 1959 por Marie Tharp y Bruce Heezen. Fuente: Universidad de Columbia

Así que, gracias a la herramienta de navegación proporcionada por Iberia, esperé ansioso el momento en el que sobrevolásemos la dorsal centroatlántica y abandonásemos la placa africana por la norteamericana (recordad que la euroasiática quedó atrás al pasar por el punto triple de las Azores). Lamentablemente, y salvo en Islandia, no hay ninguna evidencia en superficie de la propia dorsal, con lo que el tránsito tenía algo más de espiritual que de físico…

Sobre dorsal Atlántica
Sobre la dorsal centroatlántica...
Y a pesar de tratarse de un momento espiritual, no pude evitar sentirme frustrado cuando al mirar por la ventanilla no vi más que nubes. Vaya ironía. Esperé y esperé y, por suerte, en un  momento dado, el cielo se abrió y pude ver un retazo de mar a través de un claro en las nubes. Ahí abajo, ahí, a unos 3.000 m bajo la superficie, estaba la gran costura de la Tierra.

Sobre dorsal 2
Ahí abajo está la dorsal centroatlántica. No se ve, pero se siente...
Desde este punto no quedaba mucho más que hacer hasta el siguiente hito: el momento en que abandonásemos la placa sudamericana (temporalmente) para sobrevolar una nueva placa: la del Caribe. Si ya hemos visto como el océano Atlántico crece mediante la creación de nueva corteza en la dorsal, en el contacto entre la placa sudamericana y la del Caribe ocurre exactamente lo contrario: la corteza oceánica vieja del Atlántico se sumerge (subduce) bajo la corteza del Caribe. En superficie esto se manifiesta por la formación de un arco de islas, las Antillas Menores, una alineación de islas volcánicas surgidas precisamente a cuenta del proceso de subducción. Los volcanes de las Antillas están formados por el ascenso del magma propiciado por la fusión parcial de las rocas bajo la zona de contacto. Esa zona, delineada por la placa que se hunde hacia el manto terrestre, se conoce como de Benioff-Badatti en honor a los geólogos que la descubrieron. En ella se hayan los focos de los terremotos que sacuden estas paradisíacas islas de tanto en tanto (recordemos el caso de Haití, aunque esta isla, como el resto de las Antillas Mayores, se encuentra en el límite entre la placa del Caribe y la norteamericana). A los efectos de los terremotos se une la devastación de las erupciones volcánicas, que debido a la composición del magma son especialmente destructivas (como suele ocurrir, por otra parte, en este tipo de contextos tectónicos): son muy conocidos los casos de la erupción de Peleé en la Martinica (1902) o la de Montserrat en 1997. En la primera murieron nada menos que 30.000 personas resultando totalmente destruida la capital, Saint Piérre, en la que tan sólo sobrevivieron dos personas, mientras que la segunda forzó a abandonar definitivamente la capital, Plymouth. Se entiende por qué a este tipo de márgenes se les denomina activos, por contraposición a los márgenes pasivos (como el del oeste de Europa). Toda esta actividad tectónica queda reflejada en los mapas de distribución global de terremotos, que delinean perfectamente el límite entre placas. Como podéis ver, los datos que permiten realizar un mapa como éste proceden de la red global de sismógrafos que llevan recogiendo información sobre terremotos de forma sistemática desde hace décadas:

Quake_epicenters_1963-98
Mapa con la ubicación de los epicentros de los terremotos entre 1963 y 1998. Como se ve, delienan perfectamente las placas tectónicas y, además, otras líneas de debilidad en la corteza terrestre, como el rift del este de África. en esta zona, en un futuro próximo, se abrirá un nuevo océano. Fuente: "Quake epicenters 1963-98" by NASA, DTAM project team - http://denali.gsfc.nasa.gov/dtam/seismic/. Licensed under Public Domain via Commons -

El caso es que, finalmente, estábamos sobre un margen convergente, y eso siempre es emocionante. Ahí abajo hay fuerzas en acción cuya escala nos es difícil imaginar:

Antillas
Atravesando el canal de San Bartolomé, entre el arco de islas de las Antillas Menores
Y al mirar por la ventanilla vemos algunas islas volcánicas elevarse sobre las aguas: la manifestación en superficie del proceso de subducción y reciclaje de la vieja corteza Atlántica. Y es que, a pesar de que una edad de 160 millones de años nos pueda parecer enorme, en realidad el sistema de reciclaje terrestre es tan efectivo que no se ha hallado corteza oceánica más antigua que 250 millones de años, comparados con los 4.500 millones de años de edad de la Tierra.

Antillas 2
Algunas pequeñas islas en el canal de San Bartolomé. La que aparece en primer término posee la orografía abrupta propia de estas islas volcánicas
Tras pasar sobre las Antillas nos dirigimos hacia nuestro destino final, la placa sudamericana. En su margen sur, la interacción entre la placa del Caribe y la placa sudamericana es bastante compleja ya que hay tanto subducción como un movimiento lateral (falla transformante) estilo falla de San Andrés. Este último es el caso en el punto de la costa venezolana donde tocamos tierra, de forma que no hay volcanes aquí. Las islas que sobrevolamos tienen un relieve muy bajo y parecen formar parte de una plataforma carbonatada con arrecifes de coral, lagoons, etc. Aparentemente forman parte de un prisma de acreción formado por la subducción de la placa del Caribe. Este prisma de acreción se forma al actuar la placa americana como una rasqueta que retira y apila los materiales depositados sobre el fondo marino del Caribe (imaginad un buldozer) mientras la corteza oceánica se hunde ante ella. Este mismo proceso es el que origina, más al norte, las Antillas Mayores (Cuba, La Española, Puerto Rico…)

Willemstaad
Isla de Willemstad, en las Antillas Holandesas. Se ve perfectamente el puerto ubicado en lo que parece un lagoon conectado con mar abierto por un canal. Esta isla posee un relieve plano que parece apuntar a un origen coralino.
  
Y, al fin, Sudamérica.

Sudamérica
Secándonos los pies sobre la costa venezolana. Otro margen convergente
Tenía mucho interés en ver el lago Maracaibo. No en vano, es el mayor lago de sudamérica y su cuenca está intensamente explotada por los yacimientos petrolíferos existentes. Lamentablemente, su estado de conservación medio ambiental es pésimo, habiéndose deteriorado enormemente en tan sólo unas décadas. Se trata, además, de un lago geológicamente muy antiguo (para ser un lago) que ocupa una fosa tectónica que alcanzó una configuración similar a la actual en el Mioceno superior.

Lago Maracaibo
La costa oriental del lago Maracaibo
Finalmente nos encontramos con otro margen convergente: en el este de Sudamérica la placa de Nazca subduce bajo la placa sudamericana levantando en el proceso la inmensa cordillera de los Andes. Camino de Bogotá el avión sobrevuela las cordilleras orientales, una de las tres ramas que forman los Andes en Colombia. Como siempre ocurre, la vista desde las alturas empequeñece un poco el paisaje.

Cordillera oriental
Y los Andes...
Andes
...concretamente la cordillera oriental. Desde 10.000 m de altura el relieve parece menor de lo que es.
Pero una de las cosas más impresionantes es encontrarse, de repente y en medio del abrupto terreno de la cordillera, con el tremendo altiplano de la sabana de Bogotá, a 2.600 m de altura. La superficie actual de la sabana se generó por el relleno fluvial y lacustre de una depresión entre montañas que se han estado elevando desde el nivel del mar hasta su altura actual superior a 3.000 m.s.n.m., todo ello desde el Mioceno medio (hace unos 16 millones de años). Por suerte llegamos justo a tiempo de poder ver la sabana con luz diurna.

Bogotá
El tremendo altiplano de la sabana de Bogotá, a 2.600 m.s.n.m.
Ahora os contaré un secreto. Hace años fuimos a visitar a mi hermana a Inglaterra, que vivía en aquel entonces en Stafford, cerca de Birmingham. Debía ser el año 2002 y, aquel vuelo, mi segundo o tercero. La experiencia previa me había enseñado la dificultad de identificar desde el aire características geográficas no conocidas, incluso teniendo un mapa a mano. Así pues decidí que en ese mi primer gran vuelo no iba a perder ningún detalle e hice planes al respecto. Al más puro estilo de un navegante de bombardero aliado en la segunda guerra mundial subí al avión pertrechado de mapas de escala adecuada, regla, medidor de ángulos, cronómetro, calculadora y brújula. Hoy es posible disponer de todas esas herramientas en un único dispositivo, pero entonces no. Desde el despegue en Barajas y con la ayuda de la esforzada y resignada Geno tomamos cada marcación cuando el avión cambiaba de rumbo, mediamos el tiempo de cada tirada entre cambios y representábamos nuestra posición aproximada sobre el mapa. La velocidad del avión la estimamos por el tiempo que tardamos en llegar de Madrid a la costa Cantábrica. No quiero ni pensar qué pasó por la cabeza de los auxiliares de vuelo y resto de pasajeros ante semejante despliegue cartográfico de propósito desconocido (hoy probablemente me tomarían por un terrorista). A pesar de todas las imprecisiones, la distorsión de la proyección en un mapa de la escala que empleé y de ignorar la corrección por la declinación magnética, el vuelo fue bastante bien y tan sólo hube de realizar una corrección desplazando la trayectoria en el mapa paralelamente a sí misma sobre la Bretaña francesa, aprovechando un accidente geográfico muy característico. La línea nos dejó, finalmente, sobre Birmingham, lo que me llenó de satisfacción.

Esta historieta vino a mi mente cuando me encontré con el visor de navegación en el avión destino a Bogotá. No pude evitar sentir asombro por lo que hemos avanzado en poco más de una década y por lo que nos pueda esperar en un futuro próximo. A mi regreso busqué aquellos mapas con el trayecto a Birmingham sobre ellos, pues tenía el recuerdo de haberlos visto recientemente por casa, en algún cajón olvidado o, más probablemente, en el atlas del año 2000 del que saqué la cartografía. Pero la búsqueda no ha sido fructífera. Tan sólo os puedo mostrar la página de aquel atlas, un recuerdo de un tiempo en el que los mapas estaban impresos y no en una pantalla y aún no sabíamos lo que era Google Earth.
Atlas
Un objeto ya casi de museo: ¡un atlás!

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