miércoles, 12 de septiembre de 2012

Lo que queda detrás.

Tras un terrible incendio forestal  como el que sufrió Cortes de Pallás el pasado mes de junio la opinión general se dirige rápidamente hacia ideas comunes como el impacto anímico que sufre cualquiera que transite por la zona, especialmente los residentes. Las posibles causas de que un incendio alcance tales proporciones. El estado de abandono del campo. Los cambios necesarios en la política forestal...

Sin embargo, es llamativo observar como la mayoría de semejantes opiniones se expresan 'en abstracto'. Incluso en una zona rural como Cortes con multitud de senderos y oportunidades para recorrer la montaña es sorprendente la cantidad de gente no ha tenido un contacto 'íntimo' con las zonas desaparecidas, ni antes ni después, más allá de circular por la carretera observando a través de la ventanilla. 

He tenido ocasión de caminar mucho este verano por la tierra arrasada por el fuego y este artículo recoge los pensamientos y sensaciones que esta experiencia produce. Lamentablemente Cortes ha sufrido varios incendios de gran magnitud en las últimas décadas, por lo que ya en el 94 transité, en bicicleta en aquel entonces, a través de tierra quemada. Sin embargo en aquel entonces era demasiado joven para poder percibir plenamente la sensación de irreversibilidad ante el reconocimiento de que nunca volveré a caminar por aquellos lugares tal y como solían ser.

Al conocer la noticia del incendio lo primero que sentí fue una rabia profunda. Quedó reflejada en el artículo recuerdos de un paisaje que desaparece. Y eso a pesar de que hacia años que lo esperaba. La primera visión que tuve del incendio fue de lejos: ceniza sobre las calles de Valencia y una masa de humo en el horizonte. Un sol y una luna extraños.

Pasaron un par de semanas antes de subir a Cortes. 40 km de desolación. No puedo ni dar una aproximación de las veces que he conducido por esa carretera. Uno conoce cada curva, recta, recodo y, por supuesto, cada árbol. Constituyen hitos que te ayudan a saber dónde estás y cuánto te queda para llegar a casa. Verlos quemados es como perder a viejos amigos.

El sol brilla rojizo a través del humo. Peaje de la AP7 en Almussafes

Ceniza en la terraza de casa, resultado de la lluvia plomiza  que cayó sobre Valencia y su área metropolitana durante días
Cada vez que uno recorre la carretera trata de responder las preguntas que surgen de la contemplación del nuevo paisaje: ¿hasta dónde llegó el incendio? ¿cuánta sierra de Martés se ha quemado? ¿Ha afectado a la muela de Albéitar? ¿Y al otro lado del río? Todo ello convierte el primer impacto, emocional, en algo más analítico. Se llega a asumir lo ocurrido. Poco a poco, la percepción se anestesia.

Y luego uno sale a caminar. Podría pensarse que, en realidad, no hay necesidad de verlo de cerca. Ya se sabe lo que se va a encontrar. O no. Las rocas están donde están y si uno quiere ver un afloramiento concreto hay que ir. El primer lugar fue el sendero entre Guartipol y Rambla seca, dónde ya estuve un par de semanas antes de la catástrofe. Casi dos meses después volví allí.

Lo primero que uno descubre es que un paisaje ha desaparecido, pero hay otro en su lugar. En ocasiones la grandiosidad del lugar es tal que casi se olvida uno de lo ocurrido.

Amanece tras el pico Salinas junto a la desembocadura de la Rambla de las Moreras

Resulta extrañamente fascinante caminar por lugares que, sólo unas semanas antes, eran inaccesibles a causa del gran desarrollo de la vegetación. De repente no existen limitaciones. Y se toma contacto con la tierra calcinada, una mezcla de polvo y ceniza. Hay un profundo silencio. Ni trinos de pájaros, ni zumbidos de insectos, ni rumor del viento en las hojas. Un silencio tan profundo que resulta sobrecogedor.



Al desaparecer el velo de la vegetación aparecen otras cosas. Los caminos se tornan evidentes, como cicatrices en la montaña. Las obras humanas, como ribazos construidos y olvidados hace mucho tiempo. Madrigueras de animales abandonadas. Y, por supuesto, basura. Objetos extraños en lugares totalmente inusitados.

Tubo fluorescente abandonado en el campo en un lugar sin población y lejos de caminos. El calor del incendio fundió el vidrio
Otros detalles son espeluznantes y nos trasladan, siquiera mentalmente, al infierno vivido en aquellos días. Bajo el fuerte viento de poniente que atizó el incendio los troncos se inclinan y el calor seca y endurece la madera. Estos árboles permanecen ladeados hacia el este, como si el viento siguiese soplando y no estuviesen muertos.


Cuando uno mira a lo lejos capta la atención una serie de líneas rectas blancas que contrastan fuertemente sobre el suelo ennegrecido. Al acercarse uno descubre que son las cenizas blanquecinas de aquellos árboles que cayeron derribados y se consumieron por completo.


En muchos lugares se ve como el calor llegó a fracturar las propias rocas, arrancando lascas que dejan una cicatriz limpia sobre el fondo oscurecido por el humo.



Y no sólo los cortafuegos resultaron inútiles ante las condiciones ambientales. El fuego cruzó el cañón del Júcar en las inmediaciones de la cerrada de la presa de Cortes, en un paraje conocido como La Muralla.

En el centro de la imagen la cerrada de la presa. El fuego saltó de derecha a izquierda. Es posible comparar esta imagen con otra del mismo lugar tomada antes del incendio en el artículo 'Recuerdos de un paisaje que desaparece'

Pero hay razones para la esperanza. En medio de la desolación me encontré con grupos de cabras montesas que, de algún modo, habían sobrevivido y llegado al lugar buscando alimento. También huellas de jabalí por los caminos. Y en algunos lugares, extrañamente y por un azar, algún pino consiguió sobrevivir en medio de la desolación.


Como decía Ian Malcom, el matemático especialista en teoría del caos de la novela Parque Jurásico, la vida se abre camino. Increíblemente, el palmito es capaz de rebrotar de un tocón carbonizado.


Y a continuación os presento a unos pequeños héroes. Colonos en una tierra inhóspita, luchando por sobrevivir y prosperar en lo que, por otro lado, es una tierra de oportunidades. Lamentablemente no soy capaz de identificar ninguna de ellas, salvo la carrasca. Evidentemente, la botánica no es lo mío.


 
 


Tan sólo dos meses después del incendio, muchas laderas ya están cubiertas de un tapiz verde de jóvenes  ejemplares de especies colonizadoras. Y de ese modo, poco a poco, el paisaje cambia de nuevo y el mundo desolado que apenas hemos llegado a conocer desaparece también. Tal es la naturaleza de las cosas.

La fuente de Guartipol sigue fluyendo y delinea un reguero verde en la ladera


1 comentario :

  1. Leí tu post (y vi las cenizas sobre mi coche y en el ambiente de Valencia) cuando ocurrió el incendio y echaba en falta esta entrada para saber cómo estaba la zona ahora...
    Da mucha pena verlo todo negro, pero poco a poco la vida se abrirá paso de nuevo.
    Un saludo

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